Una carrera con curiosas historias

Una carrera con curiosas historias

Cuando desde el Centro Comunitario Auzoenea iniciamos la aventura de preparar esta carrera, quizás lo hicimos bajo la inspiración de Pío Baroja, que vivió su infancia en la calle Nueva y pasó muchas horas de travesuras y ensoñaciones vinculadas a este parque. “Me hubiera gustado -escribe- parecerme a Robinson Crusoe y cuando tenía esta aspiración, iba muchas veces al anochecer al paseo de la Taconera, me subía al árbol del Cuco y fumaba en pipa, lo que me mareaba, y soñaba en una isla desierta, sueño que igualmente me mareaba”.

Toda carrera que se precie tiene un arco de salida y de llegada, colorido y bien aireado, pero efímero. En el Casco Viejo contamos con arcos bien sólidos, estables, de pura piedra y testigos de los días y noches de cientos de años en la vida de este barrio. La carrera partirá, pues, del Portal de San Nicolás, en el Bosquecillo, recreación barroca de un arco de triunfo que estuvo hasta 1915 cerca de la actual iglesia de San Ignacio. Según la tradición popular, la pareja que pasaba bajo él se casaba. ¿Seguirá cumpliéndose la creencia en pleno siglo XXI?

Bordeando el café Vienés, situado junto a la estatua de Mariblanca (diosa de la beneficiencia y la abundancia, obra de Luis Paret) nos encaminamos hacia el Mirador de los Teobaldos para atravesar el Portal Nuevo o de Santa Engracia dirigiéndonos hacia el moderno túnel junto a los ascensores por el paseo donde cada día las tropas vigilantes efectuaban su ronda para controlar la ciudad, adentrándonos en la calle Descalzos (antes, Carnicerías Viejas), que a primeros del siglo pasado era bien conocida por albergar distintas casas de lo que entonces se llamaba “vida alegre”.

Por la castiza avenida de Jarauta (D. Joaquín, quien fuera alcalde de la ciudad) dejamos a la derecha el Rincón de la Pellejería (nombre primitivo de esta calle) que ahora alberga el Huerto Comunitario La Piparrika, uno de los últimos proyectos colectivos de este barrio, llegando al Palacio del Condestable (que fue incluso sede del Ayuntamiento) donde enfilamos la calle Mayor-Kale Nagusia, antigua Rúa de los Cambios que vertebraba ya en la Edad Media el Burgo de San Cernin. A los pocos metros nos encontramos con el Palacio de Redín-Cruzat, antigua propiedad de la familia de Flandina Cruzat, importante comerciante y cambista que hizo una gran fortuna en el siglo XIV y de uno de sus sucesores más conocidos, D. Tiburcio de Redín y Cruzat, militar y marino de agitada y conflictiva vida hasta que tomó los hábitos de capuchino con el nombre de fray Francisco de Pamplona. Su ajetreada existencia inspiró uno de los personajes de la película “La Misión”, interpretada por Robert de Niro. Muy próximamente, este palacio acogerá el Centro Comunitario Sociocultural resultante del proceso de participación ciudadana “Plazara!” promovido por diversos colectivos del barrio y de la ciudad con el apoyo del Ayuntamiento.

Por la antigua Rúa de las Belenas (actual Eslava) dejamos atrás el edificio de los baños públicos que en su tiempo fue sede de los bomberos municipales para llegar de nuevo a la calle Jarauta a la altura de la antigua “·Casa Barón” (hoy, bar Gallego) lugar desde el que “un 6 de julio en los años 30 a un grupo de clientes se les ocurrió sacar en procesión a la figurilla de San Fermín que presidía la taberna. A partir de entonces, todos los seis de julio después del cohete se reunían, al principio los incondicionales de la tasca y con los años muchos pamploneses, para pasear en andas al santo. Incluso la Pamplonesa, tras el acto oficial de la plaza Consistorial, acudía a Casa Barón a amenizar el acontecimiento. La procesión desfilaba hasta la desaparecida Casa Paco, del 39 de San Lorenzo, volviendo después al punto de partida. Por oficio del Alcalde el festejo fue suprimido en 1952” (Arazuri, J,J, Historia, fotos y “joyas” de Pamplona).

Por la calle Santo Andía, así llamada por la gran envergadura de la imagen de la Virgen de la O (o de la Esperanza) de casi 1,80 m. de altura y de más de media tonelada de peso. Aunque parezca extraño, la apacible plaza de la O acogió a partir de los años 40 del pasado siglo el Cabaret Florida, que se anunciaba como un “Music-Hall” “con bellísimas bailarinas de salón, con orquesta americana, con cenas a todas horas y abierto toda la noche”. Continuamos por la calle Recoletas hasta la esquina donde a finales del XIX el párroco de San Lorenzo instituyó el comedor parroquial que durante los más crudos días del invierno repartía 600 ó 700 comidas gratuitas. El menú consistía en alubias, pan y tocino guisado (los viernes sardinas arenques o bacalao, pues era vigilia). Una lápida de mármol recuerda todavía hoy dicha fundación.

Circulamos ya por delante de la iglesia emulando el recorrido del Irati cuando cumplimos la primera milla del recorrido cruzando el paseo de José Joaquín Arazuri, el más prolijo historiador de nuestra Iruñea, cuya estatua es obra del mismo autor del monumento al encierro, y atravesamos las calles Ciudadela y San Gregorio hasta la esquina donde en la época medieval se encontraba la “casa del cantón”. En dicho lugar se levantó el antiguo hospital de San Miguel y durante unos años del siglo XIX se utilizó como cuartel del Regimiento nº 52. A finales de esa centuria, fue vendida a Martín Irigaray, que inauguró el uso comercial que todavía hoy conserva.

Continuando por las antiguas belenas que cruzaban perpendicularmente las principales calles de la Población de San Nicolás doblamos hacia la Zapatería y a la altura del Palacio de Guendulain (s. XVIII) que alberga en su interior la fuente menos conocida del pintor de la Corte Luis Paret, cruzamos por delante de su hermana la fuente de Neptuno niño para, por la calle Nueva y dejando a la izquierda el otrora imponente edificio de La Agrícola, dirigirnos a la plaza Consistorial, espacio simbólico resultado de la unión de los tres burgos y que durante muchos años se denominó popularmente plaza de la Fruta a causa del mercado que en ella se instalaba, aunque durante ciento cincuenta años también se utilizó como patíbulo de los condenados a garrote. Las ejecuciones, públicas y publicitadas, se consumaban el mediodía, permaneciendo el cuerpo del reo en el cadalso hasta las cuatro de la tarde. Las últimas documentadas en esta plaza se fechan a mediados del siglo XIX.

Bajamos Santo Domingo doblando por donde hasta hace pocos años se conservó el “muro de los segadores” que desde el propio Ayuntamiento cerraba la plaza de Santiago. Todavía hoy se pueden observar restos de su arranque en la parte inferior de la fachada trasera de la Casa Consistorial. Como era tradicional en muchas plazas de pueblos y ciudades de Europa meridional, los peones esperaban en este lugar, adosado al propio almudí, que los patrones contrataran sus servicios. Continuamos pues por donde estuvo la popular Casa Marceliano y el Seminario de San Juan o de los baztaneses, edificio que ilustra el mecenazgo y riqueza que durante el siglo XVIII alcanzaron algunas familias originarias del Baztán tanto en la corte de Madrid como en las colonias ultramarinas. Su fundador, Juan Bautista Iturralde, llegó a dirigir durante el reinado de Felipe IV el Ministerio de Hacienda. Inicialmente, la función del colegio era alojar seminaristas parientes del fundador o en su defecto, originarios de Arizkun y Baztán.

Subimos ya hacia el antiguo Palacio Real construido en los últimos años del reinado de Sancho VI el Sabio (s. XII), hoy Archivo de Navarra, y que también fue Capitanía militar hasta los años setenta del siglo pasado. Desde uno de sus balcones, hoy desaparecido, el golpista Emilio Mola pronunció su discurso en el inicio del levantamiento militar de julio de 1936. Dejando de lado la calle Dos de mayo, donde están documentados los baños más antiguos de la ciudad, descendemos la Cuesta del Palacio y cruzamos por el lugar en el que hasta 1936 estuvo la Casa de Maternidad e Inclusa de Navarra, posteriormente requisado como cuartel por la Falange Española y que tras ser derribado en 1944 ahora abre la calle Aldapa, que alberga el Centro Comunitario Auzoenea, motor de la vida asociativa del barrio.

Hacia la izquierda, bajamos la calle del Carmen, rúa de peregrinos, que hasta mediados del siglo XX acogió varias vaquerías y puestos de venta de leche. La presencia de vacas en la calle era familiar, ya que abrevaban junto al portal de Francia. Bordeando la muralla ascendemos hacia el baluarte del Redín, construido por Martín de Redín y Cruzat, hermano del ínclito D. Tiburcio, y que llegó a ser Gran maestre de la Orden de Malta aparte de inventor de numerosos objetos, el traje de submarinista entre ellos. Dejando a nuestra izquierda el Mesón del Caballo Blanco, construido por José Yarnoz con las piedras del palacio de Aguerre, que en la calle Ansoleaga albergaba el tradicional “Chacolí de Culancho”, pasamos bajo el pasadizo volado con entramado de madera junto al patio que todavía conserva un pozo de los que eran frecuentes en la ciudad hasta los primeros años del siglo XX y bordeamos la recoleta plaza de San José, núcleo inicial de Pompaelo, en la que se ubica la decimonónica fuente de los delfines, otra de las fuentes “viajeras” de Pamplona, ya que hasta 1952 estuvo instalada frente a la puerta del Mercado, en la plaza de Santiago.

Conseguimos cubrir ya la segunda milla de la carrera justo en la puerta de la Catedral y descendemos por el “Decumanus Maximus” romano (hoy calle Curia) dejando bajo nuestros pies los sótanos de la antigua torre y cárcel episcopal (en el nº 29) que en el pasado siglo se convirtieron, entre otras cosas, en almacén de plátanos. Bajo esta calle también se han encontrado numerosos restos arqueológicos, entre ellos un estupendo mosaico. La bajada nos empuja con fuerza hasta la esquina donde durante tantos años del último siglo estuvo instalado el popular “Carrico de Lucio”, vendedor de periódicos y chucherías varias y testigo de cuanto acontecía en la Navarrería.

Girando a la izquierda recorremos la calle Calderería, donde entre 1925 y 1978 hubo otra Casa de Baños y entre los siglos XVI y XVIII, la famosa Aula de Gramática. La presencia de los numerosos estudiantes que asistían a sus cursos determinó durante años la personalidad de la calle. El reglamento de la Escuela “prohibía terminantemente al alumnado entrar en tabernas y pastelerías, trinquetes, casas de juegos de trucos, jugar a naipes, jugar a pelota durante los oficios, salir de casa por las noches, nadar, apedrearse, juntarse con malas compañías, etc.” A los maestros recomendaba “usar la vara con prudencia y amor paternal”. Con el cambio de calle, nos encontramos la basílica de San Agustín, convento donde el 11 de noviembre de 1523 Garcilaso de la Vega fue armado caballero de la Orden de Santiago.

Unos metros más adelante pasamos por el lugar que durante casi un siglo albergó uno de los templos de la pelota, el frontón Euskal Jai. Su cancha, de 55 metros de longitud por casi 10,5 de anchura, estuvo dedicada especialmente a la modalidad de remonte aunque también sirvió para numerosos espectáculos y exhibiciones, desde cine mudo a combates de boxeo, y en sus últimos años, tras su abandono, recuperado como Gaztetxe. Bajando la leve pendiente, enfilamos la calle Tejería, hogar de Juanito Moya “Moíca”, pelotari de complexión menuda con dificultades para ganar a sus contrincantes, más grandes y fuertes que él, ya que el juego consistía en atrapar la pelota y luego lanzarla con fuerza al frontis. Un buen día inventó la “xistera”, una nueva cesta que dio paso al nacimiento del juego del remonte y fue uno de los tres impulsores del Euskal Jai, verdadera escuela de remonte donde brillaron con luz propia “el mago de Arróniz”, Salsamendi, Mere Arbizu y él mismo.

Recorremos ahora la antigua rúa Mayor de la Judería (actual Merced) discurriendo por el centro de la antigua Judería de Pamplona, que durante el siglo XIV acogía entre 100 y 150 familias (el 10% de la población de la ciudad en aquel tiempo). Los judíos de la vieja Iruñea también conformaron sociedades mixtas con cristianos, sobre todo como arrendadores y gestores de servicios públicos. Uno de estos consorcios llegó a arrendar las rentas de la Corona durante varios años y su presencia destacó también en el ámbito artesanal, la administración pública, la cultura, medicina, etc. Ante la presión de los Reyes Católicos, los judíos fueron expulsados de Navarra en 1498. (Carrasco, J. Sinagoga y mercado. Estudios y textos sobre los judíos del Reino de Navarra).

Remontamos la “bajada” de Javier para llegar a la calle en cuyo nº 5 tenía su residencia el Dormitalero, que da nombre a la calle. Era el encargado de que a las ocho de la tarde se cerrasen todas las puertas de la Canonjía, conjunto de dependencias de los canónigos de la Catedral, localizadas todas en torno al claustro y cuyo acceso no era público. Solo se podía entrar para tratar asuntos importantes y las mujeres lo tenían prohibido. Llegamos por fin a la plaza de Santa María la Real, donde estuvo ubicada la sinagoga hasta ser derruida para levantar en su solar el convento de la Merced. En esta plaza tenemos hoy la reproducción de una estela del siglo II, localizada el 17 de octubre de 1895 en la calle Navarrería en la que aparecen los primeros nombres de mujer de los que existe constancia en nuestra ciudad: Festa, Rustica, Stratia y Antonia.

Cruzamos el túnel que atraviesa el baluarte de Labrit para continuar por una bajada de fuerte pendiente, paralela a la ronda de Arnaldo de Barbazán, y situada por debajo de ésta fuera ya del recinto amurallado hasta empalmar con el conocido como “caminico del moro” que, formando parte del Camino de Santiago, va ascendiendo hacia el puente levadizo del portal por donde en su día salió de la ciudad el general guipuzcoano Tomás de Zumalacárregui y de Imaz, conocido por sus tropas como “Tío Tomás” o “Lobo de las Amezcoas”, quien fuera héroe de la Primera Guerra Carlista. Una última y acusada pendiente nos llevará a la meta, situada en otro arco histórico: el portal de Francia, único de los que guardaban las entradas y salidas de la ciudad que todavía hoy se conserva en su lugar original. La aventura de las tres millas recorriendo los tres antiguos burgos ha llegado al final.